La realidad es cruel y no se puede maquillar: ocho de cada diez gitanos está en riesgo de pobreza. Más datos vergonzosos: uno de cada tres gitanos está en paro y el 50% asegura haber sido discriminado a la hora de buscar empleo. El círculo de la exclusión y la discriminación cubre todas las áreas en las que se sustenta la dignidad humana. El 42% tiene gran privación en materia de vivienda, y entre el 70 y el 90% padecen condiciones de precariedad material aguda.
En materia de salud las cifras tampoco varían. La esperanza de vida entre los rromà es diez años menor que la del resto de la población y la tasa de mortalidad infantil es cinco veces superior a la media. La esperanza para invertir estos datos se pone en el sistema educativo, pero la situación no deja de ser sombría: sólo el 15% de la juventud gitana acaba la educación secundaria.
Estos porcentajes estadísticos tienen un cruel reflejo en el día a día de millones de gitanos europeos. Actualmente son muchos los países de la Unión Europea en los que se pisotean sistemáticamente los derechos de los gitanos sin que se haga demasiado para evitarlo. En Hungría se ha asesinado a personas gitanas por su condición étnica; en Grecia se les ha apaleado y se han quemado sus barrios; en Francia se les expulsa y se derriban sus casas; en la República Checa se ha esterilizado forzosamente a mujeres gitanas hasta el 2008, y se separa a los niños en escuelas para discapacitados. Y aún podríamos seguir esta lista macabra.
En España, aunque en el resto de Europa se tenga como referencia nuestro modelo de inclusión social de la población rromà, tres de cada cuatro gitanos sufre exclusión social, un dato cinco veces superior a la media, según recoge el último Informe sobre Exclusión y Desarrollo Social de la Fundación FOESSA (2014). La discriminación es muy palpable: según el Diagnóstico Social de la Comunidad Gitana en España (2007), el 42,6% de los gitanos aseguró que se sintió discriminado en el acceso a un local público, y al 40,2% de los españoles les molestaría mucho o bastante tener como vecinos a personas gitanas.
Sin embargo, la indignación que estas cuestiones deberían provocar no se produce, más allá de algunas voces que desgraciadamente no tienen la fuerza suficiente. Este es nuestro continente, esta es nuestra realidad. ¿Hasta cuándo?