Mujeres migrantes globales: la triple discriminación de género, nacionalidad y clase social
Según datos recientes de Naciones Unidas, las mujeres representan aproximadamente la mitad de los más de 200 millones de personas que viven y trabajan fuera de sus países de nacimiento: el 2% de la población mundial. Estos mismos datos remarcan que en el 93% de las migraciones internacionales a nivel global, la principal motivación es mejorar las oportunidades de acceso a una vida digna. En Europa, más del 52% de los migrantes son mujeres y gran parte de ellas son migrantes económicas, es decir: vienen al Norte a trabajar.
Las mujeres migrantes autónomas que salen de sus países solas, dejando a familiares dependientes en su país de origen, por razones económicas y no de reagrupación familiar, ya no son un fenómeno aislado. Sin embargo, las oportunidades que ofrece la migración para el empoderamiento de estas mujeres, el bienestar de su familia y, en última instancia, el desarrollo económico y social de su país, dependen en muchas ocasiones de las políticas y respuestas institucionales ofrecidas a estas trabajadoras que, sujetas a la triple discriminación de género, nacionalidad y clase social, son uno de los colectivos más vulnerables de la sociedad.
La llamada feminización de la migración
A pesar de que en las últimas décadas las migraciones internacionales han aumentado notablemente, el peso de la participación de las mujeres no sería tan relevante si no estuviera explicado e influenciado por las relaciones de género. Tal y como destaca la socióloga Denise Paiewonsky:
“Aunque en algunas regiones sí ha habido una feminización neta de la migración, lo que realmente ha cambiado en los últimos años es el hecho de que cada vez son más mujeres las que migran de forma independiente en búsqueda de trabajo, en vez de hacerlo como dependientes de sus esposos”.
En España, como en muchos otros países del Norte, la feminización de las migraciones está directamente relacionada con una mayor participación laboral de las mujeres inmigradas por las transformaciones del mercado de trabajo en los países receptores y la llamada “crisis del cuidado”:
“Mientras la demanda de empleos continúa creciendo como resultado del envejecimiento de la población, la alta tasa de participación de la mujer en el mercado laboral y la merma del Estado de Bienestar en los países del Norte, las mujeres migrantes del Sur, remplazan a las autóctonas en las tareas del cuidado".
Estas trabajadoras migrantes segregadas en los nichos laborales más desvalorizados socialmente y peor pagados sufren a menudo, y especialmente en España donde el servicio doméstico se caracteriza por una naturaleza informal y poco regulada, el severo aislamiento, la sobre-explotación y la falta de acceso a las prestaciones sociales a las que todo trabajador tiene derecho de acuerdo a las normas internacionales.
Las cadenas globales del cuidado
El concepto del cuidado se entiende como “un conjunto de tareas y disposiciones personales que procuran el bienestar de las personas y, por lo tanto, tienen relación con el mantenimiento de la vida”. Las cadenas globales del cuidado son el “conjunto de eslabones entrelazados a través de los que fluyen los cuidados, siendo la mujer que migra y realiza el trabajo del cuidado en destino, el eslabón a partir del cual se conforma la cadena”.
Dado que el trabajo reproductivo desarrollado en los hogares queda fuera del circuito de mercado formal porque en términos económicos no se valora, y dado que las autoridades gubernamentales marginan en muchas ocasiones las tareas del cuidado a la esfera privada, el terreno queda libre para que el mercado informal ofrezca opciones y llene estos vacíos de oferta y demanda. En este contexto, las desigualdades sociales generan las condiciones ideales para que este trabajo mal remunerado y despreciado socialmente sea asumido por mujeres migrantes de países en los que sus oportunidades son muy escasas. Surgen así las llamadas cadenas del cuidado:
“Una transferencia de los cuidados de unos hogares a otros realizada de una manera que ahonda en las desigualdades entre familias del Norte y el Sur, y refuerza el pacto social sexista sosteniendo el reparto desigual de compromisos y tareas entre hombres y mujeres”.
De esta manera, el servicio doméstico libera a la mujer de la clase media trabajadora de las labores de la casa y de los efectos de la doble jornada, sin embargo, también refuerza las estructuras patriarcales al no implicar la redefinición de los roles en la familia: la trabajadora doméstica sustituye a la mujer pero el hombre no asume mayores cargas en las tareas domésticas ni del cuidado.
El caso español
De acuerdo a un reciente estudio, la situación laboral de las mujeres migrantes en España viene marcada por condiciones precarias en términos de tipo de ocupación, sobre-cualificación, inestabilidad, etc. Pero sobre todo, por la nacionalidad.
A pesar de que dentro de la inmigración femenina en España son variados los proyectos de vida de sus protagonistas, casi la mitad de las mujeres inmigradas ocupadas en 2011 desarrollaban trabajos no cualificados, en sectores como la hostelería, el comercio o el trabajo doméstico, y sufrían de mayores tasas de temporalidad y jornadas incompatibles con otras facetas de la vida.
Este estudio, que está basado en datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del 2011, concluye que la procedencia de las trabajadoras inmigradas, en este caso de las mujeres de América Central y del Sur, constituye la variable más relevante respecto a la situación laboral de estas trabajadoras, incluso por encima de la edad, el nivel educativo, o la existencia de hijos en el hogar. Y en este contexto, y como ya se avanzaba en el anterior apartado, es donde intervienen las llamadas cadenas globales del cuidado:
“La demanda de empleo en determinados sectores que la población autóctona no cubre en España se convierte en nicho de ocupación para personas extranjeras procedentes de países con inferiores o escasas oportunidades laborales, y un peso singular de la concentración sectorial en el empleo de estas mujeres lo acapara precisamente el sector del cuidado y servicio doméstico”.
De hecho, tal y como denuncia el último informe de ONU Mujeres sobre cadenas globales del cuidado en España:
“El reglamento del empleo del hogar, la ley de dependencia y las políticas de igualdad y extranjería son aspectos clave ya que limitan el acceso a la igualdad de género de las mujeres migrantes[1], y son una causa de la organización social desigual de los cuidados actualmente”.
La desigualdad de género: una prioridad social
A pesar de que el aumento de la fuerza de trabajo inmigrante femenino en España pueda confundirse con una mejora en el reparto de la carga de tareas domésticas para las mujeres autóctonas, y que la ocupación (aunque precaria) pueda implicar un efecto emancipatorio sobre las trabajadoras inmigradas la realidad es que las mujeres siguen siendo las principales responsables de las tareas del cuidado. Invisibilizar este hecho no solo es obviar la realidad social de la desigualdad de género que a día de hoy continúa caracterizando el mercado laboral español, sino que es además ahondar en las desigualdades sociales que sufre uno de los colectivos más vulnerables: el de los trabajadores inmigrados.
Hay que seguir sensibilizando sobre la importancia social de los trabajos del cuidado, además de seguir luchando por la redistribución igualitaria de las tareas domésticas en el hogar y la mejora de la eficacia de las políticas de conciliación entre la vida laboral y familiar; y hay que acabar con la discriminaciónasociada a la condición de migrante y promover de forma activa la movilidad laboral de estas mujeres hacia otros sectores laborales. Y para ello, entre otras muchas cosas, hay que incluir el análisis de género en las políticas de extranjería.
[1]Por ejemplo, las mujeres inmigradas son más vulnerables a la discriminación laboral, el acoso y la violencia y no son consideradas beneficiarias de la Ley de Igualdad en caso de estar en situación irregular.